El Capitalismo es el mayor agravante de los fenómenos meteorológicos extremos

Comunicado de la Confederación Regional de Levante de la CNT-AIT:

Estamos horrorizados por el nivel de muerte y destrucción que ha dejado en el levante central la DANA del pasado martes 29 de octubre. Transmitimos nuestras condolencias a toda/os los familiares y amiga/os de las personas fallecidas; esperamos la pronta recuperación de todas las zonas afectadas y exigimos una adecuada mejora ante la realidad climática. Desde algunos de nuestros Sindicatos estamos colaborando con la recogida de enseres básicos para poder hacerlos llegar lo más pronto posible a las zonas afectadas en estos días. La solidaridad, el apoyo mutuo y la autogestión que surgen espontáneamente de estos desastres, apuntan, a que la naturaleza humana no tiene una raíz egoísta como nos quiere hacer creer el arraigo de la cultura capitalista imperante.

No compartimos, sin embargo, la frase recurrente en estos momentos de «volver a la normalidad», porque al igual que en otras crisis, señalamos que la llamada «normalidad» es el problema.

La propia situación climática vivida es en gran parte consecuencia directa de nuestra actividad económica mundial, el calentamiento global provocado por las emisiones de gases de efecto invernadero necesarias para mantener la producción y el consumo capitalistas, están generando un rápido cambio climático, que aumentan tanto la cantidad como la fuerza de estos fenómenos extremos. Es un hecho contrastado científicamente, pero marginado activamente por la política profesional que sabe que, si lo aborda consecuentemente, pondría en riesgo el consagrado crecimiento económico, del que dependen tanto las élites económicas como los Estados y sus estructuras de poder. El eufemismo del «desarrollo sostenible» que promueve la socialdemocracia y los liberales, no busca la reducción del crecimiento que es la única fórmula eficiente para la reducción de emisiones y residuos -aunque ya vamos tarde-, sino seguir con el crecimiento capitalista bajo el bien visto color «verde», pero con la misma estructura explotadora y contaminante, solo que cambiando de forma de producción o exportando las consecuencias ponzoñosas a otros territorios.

La sociedad tampoco ve como prioritario este problema, observando tanto sus tendencias políticas como las corrientes de opinión más o menos populares, se demuestra que la mayoría de la sociedad es ajena o minimiza el problema. Es evidente la influencia social de los medios de comunicación generalistas -y capitalistas-, que ocultan, confunden o tergiversan la realidad, en favor de la continuidad del sistema dominante, en esta y en otras crisis. La influencia particular de las Redes Sociales en los últimos tiempos también es un elemento alienador de primer orden, ya que su dinámica ha consagrado la opinión sobre la argumentación, un terreno abonado para los charlatanes de distinto pelo que han hecho populares las teorías más absurdas y dañinas, encumbrando tanto política como socialmente a un montón de miserables con sus ocurrencias reaccionarias, algo que al poder capitalista básico le va bien: mantenernos en la ignorancia por exceso o por defecto de información ayuda a limitar la generación de conciencia. Sin ninguna duda, estar a merced de los medios de comunicación clásicos o en red, aleja a las personas de la realidad objetiva, que es aquella que otorga el contacto e interacción con lo más cercano y vivencial, con vecinas y vecinos, con compañera/os de trabajo o la participación en colectivos sociales, laborales o medioambientales asamblearios y de clase… Donde se contrastan y abordan problemas que son comunes a la clase social y al lugar donde se vive, no cultivar estas posibilidades es abandonarse a la vulnerabilidad intelectual que permite la manipulación.

La mayor anormalidad de la normalidad oficial, es la que atañe a la procedencia social de las y los damnificados, en esta crisis y en todas, la clase trabajadora, con o sin trabajo, empleada o jubilada, es el grupo social más afectado en estos desastres siempre. Lo es en primer término porque somos la gran mayoría, pero también porque el acceso a la vivienda en nuestro caso, nos conducen a lugares más expuestos y precarios históricamente, donde las administraciones han permitido directamente un urbanismo kamikaze, acelerado y expansivo sobre terrenos más económicos precisamente por diferentes tipos de riesgo, algo que no sucede en las zonas urbanizadas de las clases capitalistas. Sólo hay que mirar las zonas de mayor y menor renta en las ciudades y se puede comprobar que las zonas altas, en este caso, corresponden a las de mayor renta. La presión urbanística desde el desarrollismo empujada por la patronal constructora y la banca en las últimas décadas, crearon una dinámica administrativa que favorecía la promoción a gran escala. La liberalización del suelo por ley en los noventa dio el empujón definitivo para facilitar la construcción casi en cualquier parte, la búsqueda de la recalificación abrió la puerta a más especulación y corrupción, sobre todo en la región levantina donde el espacio más acto no solo se dejó para los ricos, también para el turismo. Se ignoraron riesgos como el de inundaciones en muchísimos lugares a base de costosísimas obras publicas de reconducción de aguas que acercaban las viviendas a las mismas ramblas; en la mayoría de los casos, se limitó drásticamente la expansión lenta y natural del agua encajonándola y aumentando su velocidad y por tanto su fuerza. Aunque estos elementos de conducción fueron planificados con altos márgenes de capacidad, están siendo superados por la realidad climática con dramáticas consecuencias y quienes viven en esos espacios ganados al agua son las clases obreras.

La principal vulnerabilidad de la clase trabajadora es la coacción universal que el capitalismo ejerce sobre ella, es decir, la obligación de tener que vender nuestra fuerza de trabajo para poder vivir, y en estos días se ha convertido en una trampa más en el desastre que estamos analizando. Hemos visto como las empresas -ya con el tardío aviso de protección civil- no dejaban salir a sus trabajadore/as de los centros de trabajo, o seguían obligándolos a repartir, o les hacían venir para seguir cubriendo los turnos en pleno caos. No hay ninguna sorpresa en el proceder de la producción capitalista, somos números y resultados para ellos, la explotación cotidiana, la siniestralidad laboral o la condena al paro lo corroboran mes tras mes…

No es posible apelar a la buena voluntad de las patronales, su naturaleza es la de la búsqueda del beneficio y este, se consigue exprimiendo el tiempo y la fuerza de trabajo de las y los empleados. Las regulaciones menos prácticas son papel mojado por su ambigüedad incluso ante el ejecutivo, solo hay que ver al propio ministerio de trabajo pidiendo -y no obligando- a que los patrones cumplan con la ley de riesgos laborales en la parte que indica evitar situaciones de riesgo para los trabajadores, y una alerta roja meteorológica lo es (solo algunos centros de trabajo de base pública -y científica-, como la Universidad de Valencia si reaccionaron con tiempo enviando a sus casas a sus trabajadores/as con cinco horas de adelanto evitando situaciones de riesgo).

Frente a esta lógica habitual y que se hace patente en situaciones como la vivida, la clase obrera muy poco organizada y cohesionada, depende casi en su totalidad de un sistema de representación sindical a la que les importa poco el bienestar obrero en su conjunto. Los comités de empresa compuestos por los sindicatos de estado más y menos numerosos, no han reaccionado en ningún momento, alejados como es habitual, de la realidad laboral y social que rodea el mundo del trabajo, los privilegios dentro de la clase obrera se consiguen no molestando a los patrones. Como proletarios nos falta mucho para llegar a asumir la responsabilidad de autoorganizarnos en cada empresa, en cada centro de trabajo, para contrarrestar el poder empresarial de forma directa. Llegar a manejar desde las asambleas de trabajadore/as la producción o servicios debería ser el objetivo, esta posibilidad evitaría muchos de los ataques que sufrimos como clase trabajadora, y también facilitaría una respuesta segura, justa y contundente para quienes trabajamos en situaciones de crisis o emergencias.

El Estado y sus subestados regionales, tienen como primer cometido mantener el orden establecido, y este orden no es otro que el del privilegio de la élite que se consigue a través del capitalismo y la inviolabilidad de la propiedad privada. Ese es su sentido de existencia y la autoridad es su herramienta; el Estado no está para rescatarnos en primera instancia, no es que sea negligente, es que responde a otra lógica primordial donde el auxilio al Pueblo es secundario, los espacios de socorro que engloban son creaciones complementarias y no prioritarias para legitimar su existencia ante la opinión pública en democracia. Por ello, frente a la catástrofe, lo primero que hace es mantener el orden establecido ante la necesidad de un pueblo que lo ha perdido todo y necesita salir adelante. El Estado bajo sus cuerpos y fuerzas de seguridad detienen a cualquier persona que viole la consagrada propiedad privada, mientras faltan manos y medios en todos sitios, este elemento corrector no falta desde el primer momento. Los llaman saqueos o pillajes para criminalizar lo que es una necesidad en situaciones excepcionales, los medios se hacen eco de estas cuestiones casi anecdóticas para dar la sensación de peligro social y justificar una durísima represión contra las víctimas. Ahora incluso grupos reaccionarios se suman a esta falsa alarma social, para pescar en la visceralidad de estos días, organizando patrullas de base paramilitar que recorren las calles defendiendo mercancías, aseguradas de antemano, y que podrían servir para paliar graves situaciones. Defender la propiedad privada no es ayudar al pueblo, es ayudar al capitalismo, la expropiación social de la propiedad es un derecho cuando se nos niega la subsistencia como conjunto social.

La segunda reacción del Estado frente al vacío gestor estructural y la consiguiente organización social espontánea, es la de desplegar un gran número de fuerzas del orden, no tanto para paliar o ayudar, como para controlar las reacciones de malestar que surgen ante el desmoronamiento cultural de las creencias sociales establecidas.

La Generalitat de Valencia, uno de esos subestados competentes para normativizar nuestras vidas, y gestionar y responder ante los posibles riesgos dentro de la estructura estatal ejecutiva, minimizó la amenaza alertada científicamente con 10h de antelación hasta que fue demasiado tarde. Además de la incompetencia homicida de sus responsables, cargos bien remunerados y con gran poder -a los que deberíamos defenestrar de inmediato…- añadimos, que como apuntamos a lo largo del escrito, no es solo una cuestión negligente por parte de personas concretas. La cadena de «fallos» es un hecho estructural inherente al capitalismo y su ordenación bajo la regulación del parlamentarismo delegatorio en todos sitios, pero es concretamente en la región levantina, donde la facilidad dada desde la administración a la expansión capitalista ha generado un buen número de desastres fundamentalmente relacionados con el urbanismo y la construcción (metro de Valencia, incendio edificio Valencia, pantano de Tous…) el sector más ensalzado por la propia administración como fórmula de desarrollo, que finalmente y como podemos comprobar por desgracia en estos días ha tenido mucho que ver con el nivel de destrucción y mortalidad como apuntamos más arriba.

El otro punto a destacar del comportamiento de la administración ejecutiva electa es el que tiene que ver con detener la producción y consumo capitalista ante las alertas, una posibilidad que salva vidas y que no se usa. Parece que mantener la «normalidad» exige cierto riesgo, el principio de precaución no es aplicable en el capitalismo ni para velar por el bienestar de las y los trabajadores, ni para el logro y consecución de los propios productos finales (toxicidad, contaminante, etc.) ¿cómo puede existir aun la creencia social de que el Estado y sus hermanos pequeños velan por el pueblo?… Tras el paso de las semanas, meses y años volveremos a ver, como en otros desastres, cómo las autoridades jerárquicas intentarán eludir sus responsabilidades hacia sus subalternos, resistirse a sus obligaciones subsidiarias, o que las aseguradoras rebajen, obstaculicen o retrasen las indemnizaciones en pleno duelo… porque al principio capital y Estado llevan la máscara puesta, pero cuando se enfrían las emociones, lo que importa en el capitalismo es el balance económico y político.

Finalmente, vemos reflejadas en innumerables imágenes las «barricadas» que la naturaleza ha levantado en las calles con todos los enseres, propiedades y basuras que el consumismo genera, como si de una revolución se tratase. La naturaleza levanta estos muros hechos de las consecuencias de una sociedad que acumula objetos y bienes sin un sentido de necesidad vital, y que finalmente han contribuido a empeorar la situación con los taponamientos que han generado. El coche, ese símbolo del individualismo y del capitalismo del consumo, se convierte nuevamente en trampa -como ocurre con el efecto de sus emisiones o accidentes-.

Una movilidad mayoritariamente colectiva y no individual, paliaría grandes problemas generales, y también particulares. El Mediterráneo, ese mar vertedero, recibe ahora toda la ponzoña que nuestra sociedad produce, material y también mentalmente…

En nuestras manos, mentes y cuerpos, las de todas las clases populares esta replantearse qué es «la normalidad» realmente, y desde el estremecimiento que provoca este planteamiento en las conciencias, resurgir como humanos justos y libres, sin miedo a desobedecer para buscar entre toda/os aquello/as a quien el privilegio no ha contaminado la emancipación social del capitalismo.

Organización sin jerarquías ni autoridad, solidaridad y apoyo mutuo, asamblea y acción directa, desde la calle, el centro de trabajo, el barrio hasta el mundo entero.

Confederación Regional de Levante de la CNT-AIT